Yo nací y crecí en la Republica Dominicana y aprendí desde niño que pasaría la eternidad volando como los ángeles, adorando y cantando a Dios para siempre. La idea no me parecía muy atractiva (aunque es mejor que pasarme la eternidad en llamas), y los conceptos bíblicos como “nueva creación” y “cielo nuevo y tierra nueva” eran muy abstractos e intimidantes a la vez. Se me hacía muy difícil reconciliar las ideas de “cielo para siempre” y “tierra nueva.” Como buen católico dominicano reconocí que era más saludable no tratar de entender todos los misterios de las Santas Escrituras.

De todas formas estaba muy familiarizado con el misterio. La experiencia religiosa de los países de Centro y Sur América está profundamente marcada por una teología colonial. Mis tíos y mis padres (hace apenas una generación!) asistían a la Iglesia Católica y no se les permitía tener su propia biblia. Escuchaban la misa en latín, y el sacerdote oficiaba de espaldas a la audiencia. El servicio entero era un misterio.

Sin embargo, muchos importantes movimientos cristianos carismáticos generaron un interés sin precedentes por el conocimiento de la Palabra de Dios. Muchas nuevas iglesias de diversas denominaciones cristianas plantadas en distintos lugares del país llevaron la fe cristiana a un nuevo nivel. Pero a pesar de esto, el misterio permanecía: ¿Cómo logro conectar mis actividades cotidianas con el mundo espiritual? Nosotros aun veíamos la muerte como un puente a una eternidad muy lejos de esta tierra.

Mis estudios en el Seminario Teológico de Grand Rapids me ayudaron a desarrollar una mente crítica y retaron todas esas enseñanzas que yo daba por sentada. Cuando morimos esperamos entrar a una nueva dimensión (cielo), pero esto no necesariamente se refiere al espacio sideral, ni tampoco significa que nos quedaremos por allá para siempre, como aprendí en catecismo y la escuela dominical. La Biblia nos enseña que el viaje al cielo es solo una parte de un viaje de ida y vuelta. Nosotros volveremos a ocupar una nueva tierra donde Jesús reinará sobre todos los redimidos. Esta nueva tierra será renovada-sin corrupción, pecado, o dolor; en perfecta armonía como fue la intención original de Dios.

Considere la intención original de Dios para la creación: En el principio, Dios estableció claramente tres niveles de responsabilidades para la humanidad: adorar al Creador, servir a los demás, y subyugar la tierra (Gen. 1-2). Este diseño original fue arruinado por Satanás (Gen. 3), y el mundo se corrompió por el pecado, la explotación y abuso de la humanidad. Pero a eso vino Jesús, a restablecer el orden deseado de Dios (Su Reino) y a restablecer los valores de ese Reino.

¿Qué concluimos de todo esto entonces? El análisis anterior me anima a responder al anuncio del Señor Jesús con responsabilidad. Después de su resurrección, Jesús dijo que iba a preparar lugar para nosotros. El anunció que el Reino de Dios se había acercado, pero aún anunciaba un Reino futuro, que estaba reservado para los santos, llamándonos a vivir los valores de ese Reino mientras esperamos su retorno y su promesa de una tierra nueva (Apoc. 21). El profeta Isaías describe también este cielo nuevo y esta tierra nueva, refiriéndose a las mismas futuras actividades físicas que hacemos hoy (Isaías 65).

En otras palabras, en la nueva creación tendremos la oportunidad de desarrollar y usar nuestros dones, habilidades, y talentos pero libres de la corrupción de este mundo en que vivimos. Será un mundo en el que habiten hombres y mujeres que respondieron con humildad a la gracia extendida por Dios por medio de Jesucristo – ya no habrá más abusos, ni humillación, ni más lágrimas.

Esta visión de una nueva creación explica el corazón de Dios por los necesitados y abusados en medio de nosotros, y me ha convencido de mi responsabilidad hacia ellos.

Jesús anuncio un Reino reservado para los pobres en espíritu, misericordiosos y humildes de corazón, aquellos que perdonan y sufren injusticia. El les ofrece esperanza y les promete una vida sin sufrimientos. A pesar de las dificultades del presente, Jesús ha equipado a sus seguidores para experimentar el gozo de la salvación en medio de la miseria, viviendo ahora los valores de ese Reino venidero.

Este Reino se ha acercado a nosotros por medio de Jesús y el Espíritu Santo, y debe reflejarse en todos los aspectos de nuestra vida: el trabajo, el juego, al caminar, etc. Una mentalidad de reino no se limita a eventos religiosos o espirituales en ciertos días de la semana. Es por eso que nuestro ministerio se ha comprometido a encarnarse en una comunidad de inmigrantes de Grand Rapids para ayudar aliviar sus necesidades básicas como alimentos, y otros servicios, mientras compartimos con ellos la esperanza de vida eterna con Cristo Jesús.

Ya sea que tomemos un vaso de agua, cortemos el césped, o compartamos una comida con amigos, éstas y todas las actividades diarias pueden y deben ser actos de adoración a Dios. Personalmente, me veo cortando el césped en una tierra nueva bajo un cielo nuevo—una nueva creación. Que venga tu reino!